«La pronunciación de la d
En la pronunciación coloquial, y muy especialmente en el nivel popular, la relajación en la articulación del fonema /d/, representado por esta legra, da lugar con frecuencia a su desaparición en la terminación –ado de participios o de nombres: acabado, pasado, estado, /akabáo, pasáo, estáo/; o en final de palabra: Madrid, salud /madrí, salú/. La pronunciación culta, especialemente cuando se habla en público, debe evitar esta caída de /d/. En zonas dialectales el fenómeno se produce no solo en los casos citados, sino cuando /d/ se encuentra en posición intervocálica en general: cada, /ka/; nada, /na/; moneda, /monéa/; perdido, /perdío/; cadena, /kaéna/.
En la pronunciación afectada de algunas personas, y en la común de algunas regiones, la /d/ final de sílaba o de palabra se hace /z/: adquirir; /azkirir/; salud, /salúz/. En otras regiones la variante enfática no es /z/, sino /t/, especialmente en posición final de palabra: claridad, /klaridát/. Estas pronunciaciones también deben evitarse.»
[Seco, Manuel: Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española. Madrid: Espasa-Calpe, 1998, p. 144-145]
«La -d final de palabra:
En pronunciación relevantemente esmerada, la d dinal, dentro de grupo, en contacto con cualquier sonido siguiente, presenta la articulación de la fricativa đ: juventud estudiosa, libertad absoluta, edad media, edad dorada, llamadlo, escribidnos.
La d final absoluta, seguida de pausa, se pronuncia particularmente débil y relajada: la punta de la lengua toca perezosamente el borde de los incisos seperiores, las vibraciones laríngeas cesan casi al mismo tiempo que se forma el contacto linguodental, y además, la corriente espirada, preparando la pausa siguiente, suele ser tan tenue, que de hecho la articulación resulta casi muda.
En formas nominales como virtud, verdad, juventud, libertad, etc., la pronunciación vulgar, en la mayor parte de España, suprimer la d final: /birtú, berdá/. Este uso se extiende también, más o menos, a la pronunciación familiar de las personas ilustradas. Las formas usted y Madrid se oyen corrientemente sin d, fuera del lenguaje esmerado y ceremonioso. En cambio, en las palabras sed, red, huésped, césped y áspid, y en los imperativos hablad, traed, etc., las personas cultas conservan siempre, aunque relajada, la d final. En Valladolid, Salamanca y otros lugares de Castilla, en lugar de d final se prununcia, como en admirable, etc., una θ relajada; lo mismo ocurre entre el üueblo bajo madrileño. En los imperativos tomad, traed, venid, etc., el habla popular sustituye corrientemente la d por una r débil y relajada, de timbre muy semejante a una đ, lo cual hace que estas formas ofrezcan la misma apariencia que sus infinitivos: /tomar, traer, benir/, etc.»
[Navarro Tomás, Tomás: Manual de pronunciación española. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1968, p. 103]
Resulta normal en la zona castellana la pronunciación de la –d final de palabra como –z /θ/: /madriθ/ por /madriđ/. De hecho hay una revista joven que se titula Madriz.
«Exceso y defecto en la pronunciación de d:
En las áreas de lengua catalana – las comunidades Baleares, Cataluña y Valencia – hay marcada tendencia a reforzar la pronunciación de la d final, en palabras de la lengua española, ensordeciéndola hasta sonar como una t; con lo que Madrid se convierte en Madrit, verdad en verdat, pared en paret. En zonas de Castilla septentrional, la d final tiende a pronunciarse como z; con lo que los ejemplos citados se convierten, respectivamente, en Madriz, verdaz y parez. Ambas transformaciones deben evitarse, tanto la de catalanaes como la de castellanos. Ciertamente no es fácil la pronunciación correcta de la d final en españo; pero el hablante culto debe intentar lograrla, con no menos diligencia que la que ponga en su aseo personal o en la pulcritud de su vestido.
La tendencia a la relajación en la pronunciación de la d es prácticamente general en españo vulgar; hasta tal punto que deja de pronunciarse en posición final (verdá por verdad, usté por usted) y en posición intevocálica, especialmente en los participios termiandos en ado (casao por cansado, mojao por mojado) e incluso – aunque con menos regularidad – en los terminados en ido (salío por salido, perdío por perdido). En algunos casos, la relajación alcanza a la vocal vecina, que desaparece; de tal modo que colorada queda en colorá, puede en pue, todo en to y nada en na. En este campo, el lenguaje vulgar se ha hecho corriente y expresiones como las ejemplificadas pueden oírse de boca de personas que ocpuan posiciones sociales o políticas harto relevantes; acaso por falta de ortología o por exceso de posición.»
[Marsá, Francisco: Diccionario normativo y guía práctica de la lengua española. Barcelona: Ariel, 1986, p. 29]
«La pronunciación de la d
La caída de la –d- intervocálica está registrada en todos los lugares de España, en el habla popular, y, en muchos casos, no resulta extraña la pérdida en el habla culta coloquial. Generales son voces como na ‘nada’, pueo ‘puedo’, peaso, piazo ‘pedazo’, ca ‘cada’, etc., etc. Más frecuente es todavía la pérdida en las terminaciones en –ado (soldao ‘soldao’, lao ‘lado’, etc., y en todos los participios). Tan general es esta pérdida que casi es más eficaz y rápido recordar los casos de mantenimiento; permanece en parte en de León, parte de Ávila (Barco de Ávila y Arenas de San Pedro), en algunos pueblos de Cáceres, en el judeoespañol, en parte de Colombia. En América, lo corriente es la pérdida, pero, en algunos lugares, se ha reforzado la articulación: así ocurre, por ejemplo, en México, donde llega a oírse una oclusiva (también así en el judeoespañol de los Balkanes occidentales).
La pérdida de –d- en los participios en –ido es menos frecuente que la de –ado, pero igualmente conocida.
En Argentina, el habla culta y semiculta pronuncia una d tensa, a veces oclusiva, pero se trata claramente de una restitución escolar, ayudada de notorio énfasis.
La –d final, desaparecida también en la Península (usté, verdá, virtú) – hablo siempre del habla popular –, ha caído también en América. Así son abundatísimas formas en Lucas Fernández, en Sánchez de Badajoz (en los imperativos había desaparecido ya en la época clásica). En el Manual de Escribientes, de Antonio de Torquemada, 1574, se dice que la –d final es más débil que la medial, tanto que “apenas se siente ... y ... hay algunos que no la escriben”. En Argentina, y también por imposición escolar, la –d final se ha reforzado de tal modo que llega a sonar –t: ustet, bondat.
La –d- en al terminación –ado quizá participaba ya de esa debilitación que hemos señalado para la final desde el siglo XV. Sin embargo, podemos afirmar que, a fines del siglo XVII, ya se omitía. Lo reflejan las noticias del francés Maunory (Grammaire et dictionnaire françois-espagnol, 1701), quien registra matao, desterraoy otros casos más o menos precisos (no en los sustantivos soldado, cuidado, etc.). Conforme avanza el siglo XVIII, van siendo más abundantes los testimonios (Padre Isla, Ramón de la Cruz, etc.).
No parece existir en América la pronunciaicón –d > θ (Madriz, Valladoliz, parez) con que se pronuncia en Valladolid, Salamca y Castilla la Vieja.
La aparición de una –d- intervocálida por ultracorrección es también vulgarismo, sentido como tal, general a todo el dominio hispánico. Los ejemplos (tardido, vacido, bacalado, Estanislado, Wenceslado) son conocidos por todas partes. Vacido aparece en las Cartas de Cortés y hoy es frecuente en la América Central, México y Salamanca; en Chile se dice para ridiculizar la -d- innecesaria: ¡Tanto frído! no se pué pasar el rido para ir a ver el tido. También es usual: No ha llegado el corredo del Callado, análoga frase a la española: el corredo de Bilbado. En Madrid no es extraño oír a aldeanos preguntar por la Plaza del Callado al dirigirse a un extraño.
Los vocabularios americanos registran voces como desedo, mido, obleda, Marida, curazado, crujida, etc.»
[Zamora Vicente, A.: Dialectología española. Madrid: Gredos, 1967, 383-385]
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